Todo
avance científico plantea más preguntas que respuestas, y la síntesis del
primer cromosoma de un organismo superior no es una excepción. ¿Puede enviarse
un genoma a otro planeta para que surja allí la vida? ¿Es la vida un texto
(agcattgcaa…) como lo es una novela? Si lo es, ¿sabemos escribirlo, y cuando
sepamos querremos hacerlo? ¿Es la solución de la naturaleza la mejor posible, o
la fuerza de la razón puede superarla? ¿Y en qué sentido que no resulte
inaceptable? ¿Podremos reconstruir a partir de su genoma especies extintas como
el mamut y el hombre de neandertal? ¿Y qué podremos entonces hacer con nuestra
propia especie, el Homo sapiens?
La
cuestión de si se puede sintetizar vida en el laboratorio no solo tiene
sentido, sino que puede considerarse un objetivo central de la biología. Tras
una tradición milenaria de pensamiento vitalista, la doctrina —o más bien la
inercia intelectual— que ve la vida insuflada de alguna sustancia virtual o
incognoscible que la hace fundamentalmente distinta de la materia inanimada, la
biología solo ha podido madurar como ciencia a base de refutar esa idea.
Y en gran
parte, los biólogos siguen en ello, como consideran su obligación. Tal vez el
gran pionero de esta línea de investigación fronteriza con la biología sea
Craig Venter, más conocido como artífice de la mitad privada del proyecto
genoma. Venter fue el primer científico en abordar, ya en los años noventa, la
cuestión fundamental del genoma mínimo: partiendo de un organismo unicelular
llamado micoplasma —que tiene uno de los genomas más pequeños conocidos— le fue
inactivando los genes uno a uno para averiguar cuál es la mínima información
posible capaz de sostener la vida, el texto básico que nos diferencia de la
materia inerte.
También fue Venter quien consiguió en 2010 sintetizar el genoma
completo de una bacteria, Mycoplasma mycoides JCVI-syn1.0, y con ello el primer
organismo autónomo creado en el laboratorio “a partir de productos químicos de
bote”, como se ocupó el mismo de glosar con locuacidad característica. Hasta
entonces se habían fabricado genomas de virus, que no son seres vivos
autónomos, pues necesitan infectar a una célula (humana o bacteriana) para
reproducirse.
Pero el
avance de la biología sintética no obedece a motores filosóficos ni
ideológicos, sino tan pegados al suelo como lo pueda estar un proyecto
científico de élite. Como explica en la entrevista adjunta, Srinivasan
Chandrasegaran, el principal objetivo de su disciplina es rediseñar, o
“remodelar”, las vías de síntesis biológica para producir fármacos,
biocombustibles y otros productos de interés industrial. Y, por el otro lado de
la cadena causal, también ha sido el vertiginoso avance y abaratamiento de las
técnicas de secuenciación (lectura) y síntesis de ADN la que está permitiendo
el florecimiento de esta disciplina.
Si Venter
y Chandrasegaran son los cerebros norteamericanos de la biología sintética y de
su disciplina hermana, la biología de sistemas, su homólogo europeo es probablemente
el director del Centro de Regulación Genómica (CRG) de Barcelona, Luis Serrano.
“Las técnicas de secuenciación han avanzado hasta el punto de que es posible
secuenciar un genoma humano por menos de 1.000 euros en una tarde”, dice.
“Junto al avance en otras áreas como la biología celular, la proteómica y la
biocomputación nos ha permitido obtener un conocimiento impresionante de cómo
funcionan los seres vivos, y pensar en la posibilidad de poder simular procesos
biológicos o enfermedades en el ordenador”.
Los ordenadores son el otro ángulo de la biología sintética:
construir vida no a partir de “componentes químicos de bote”, como decía
Venter, sino de ceros y unos, de su lógica matemática más profunda. “Se abre la
posibilidad en un futuro no lejano de combinar el genoma de una persona, su
estilo de vida y programas de ordenador para poder hacer terapia
personalizada”. Sabe de lo que habla, porque su laboratorio está justo
intentando hacer todo eso.
“Como
referencia”, prosigue Serrano, “el genoma de una bacteria como la Escherichia
coli tiene 4 millones de bases (las letras del ADN a, g, t, c): hace 20 años
sintetizar más de 40 bases era difícil, pero en los últimos cinco años hemos
visto la síntesis completa de un cromosoma bacteriano y, ahora, de un cromosoma
de una célula eucariota como la levadura.
La
capacidad de sintetizar estos grandes fragmentos de ADN junto con el
conocimiento que tenemos de los procesos biológicos, abre las puertas a la
posibilidad de modificar o diseñar seres vivos para propósitos específicos”.
El
científico español destaca objetivos como los biofueles, la limpieza de aguas,
la biorremediación de entornos dañados por vertidos químicos o de petróleo, una
química más limpia, la mejora animal y el diseño de virus y bacterias con
objetivos terapéuticos, como la píldora viva que se desarrolla en su
laboratorio. “Tenemos las herramientas para fabricar el material genético de un
ser vivo, y por tanto la posibilidad de convertirnos en ingenieros de la vida”,
concluye. “Es un momento apasionante donde se abren numerosas puertas y
posibilidades para mejorar la vida humana y el medio ambiente; en los próximos
años nos sorprenderemos de lo que veremos”. Así sea.
http://sociedad.elpais.com/sociedad/2014/04/05/actualidad/1396728251_111023.html