La historia
reconoce a la ciencia como el conjunto sistematizado de la experiencia
acumulada por la humanidad en el reconocimiento e interpretación del mundo
exterior y en ella se distingue, como una de sus virtudes principales, la de
constituir una firme base para la capacidad de anticipación, es decir, de
servir como fundamento de la predicción.
En nuestro
medio predomina la percepción de la actuación científica como la unidad
dialéctica entre el sistema de conceptos, categorías, leyes, el método de conocimiento
y la vinculación con la práctica, elemento este último que resulta
indispensable como punto de partida y también como criterio confirmatorio del
conocimiento.
Si bien el
origen remoto de la ciencia se pierde en la memoria de los grupos humanos, es un
hecho convencional reconocer su origen, al menos tal como la percibimos hoy, en
el mundo antiguo y en particular en la Grecia clásica. Olvidada por siglos como
resultado del oscurantismo imperante, parte de esa ciencia antigua resurgió en la Edad Media con la
reactivación de ciertos métodos clásicos, los que fueron conservados en obras
que eran a su vez copiadas y traducidas, en un proceso repetitivo en el que se
añadían en ocasiones comentarios más o menos críticos.
En la época
del Renacimiento tienen lugar una serie de eventos a los cuales se reconocen
como el surgimiento de la ciencia moderna y es a partir de entonces que se
opera de manera sistemática una expansión y perfeccionamiento gradual de sus
métodos, lo que alcanza hoy magnitudes que resultaban insospechables hace sólo
cinco siglos.
A partir de
la segunda mitad del siglo XVI, se suceden descubrimientos y elaboraciones que
abrieron el camino a la era de la Ilustración , cuyo decurso se ha identificado como
la primera revolución científica. La astrología cede su lugar a la astronomía,
la mecánica newtoniana se erige en sólida base de la física moderna, se
describe correctamente la circulación de la sangre, irrumpe en la matemática el
cálculo infinitesimal y se abre paso a desarrollos cualitativos y cuantitativos
con los cuales la química sustituye y deja atrás a la alquimia. La biología
perfecciona sus descripciones y se desarrolla y fructifica en su seno la
concepción evolucionista.
Algo
después, a partir de las primeras décadas del siglo XX, tienen lugar
espectaculares saltos conceptuales que marcan la llamada segunda revolución
científica. Se trata de la formulación y aceptación de la teoría de la
relatividad y de la mecánica cuántica, a lo que van aparejadas en vertiginosa
sucesión avances incomparables en el campo de la cosmología, así como el
surgimiento y florecimiento de la cibernética, la llegada de la biología
molecular y el desarrollo y maduración sucesiva de los estudios ecológicos.
Por otro
lado, es un hecho establecido que la tecnología, entendida como el “saber para
hacer” antecedió históricamente a la ciencia y marchó separada de ella durante
muchos siglos. En la práctica, tanto la técnica como la tecnología
constituyeron instrumentos utilizados por el hombre para “transformar el mundo”
durante largos períodos históricos, en los que a menudo eran muy rudimentarios,
escasos o frágiles los instrumentos racionales aportados por la ciencia para
“interpretarlo”.
La peculiar
interrelación entre ciencia y tecnología a lo largo del tiempo se pone de
manifiesto en el transcurso de las llamadas “revoluciones tecnológicas” y la
impronta de estas últimas en el desarrollo de la sociedad, que muchos prefieren
describir como “modernizaciones”. La primera de las revoluciones tecnológicas
reconocidas tuvo como exponentes supremos la mecanización de los telares y la
aplicación a la agricultura y a la industria de la máquina de vapor.
La segunda
se identifica con la irrupción en la práctica de la electricidad como fuente
energética, del motor de combustión interna y con la producción de acero en
gran escala. La tercera revolución tecnológica ha tenido por ámbitos la
electrónica, la computación, la conformación de redes, el advenimiento de la
energética nuclear, el desarrollo de la tecnología aeroespacial y los avances
de la biotecnología moderna.
En un
sentido más general, se pudiera afirmar que la considerada como primera
modernización (o modernización clásica) fue el factor determinante en el paso
de la sociedad agrícola, predominantemente rural, a la sociedad industrial, con
sus rasgos distintivos en términos de urbanización, mercantilización y
democratización.
Se afirma
por los estudiosos del tema que en la actualidad nos encontramos inmersos en
una segunda modernización, que estaría determinada por el paso de la sociedad
industrial a la sociedad del conocimiento, caracterizada esta última por la
supremacía de la informatización, la mundialización de los procesos y lo
ineludible del enfoque ecológico.
Estudios
académicos relativamente recientes han descrito como 24 países, que
involucraban entonces alrededor de 930 millones de habitantes, habían
completado hacia el año 2005 la llamada primera modernización y se adentraban a
ritmo más o menos acelerado en la segunda. Por otra parte se estima que, en los
próximos 50 años, serán de dos a tres mil millones las personas que pugnarán
por culminar la primera modernización y seguir adelante.
Ahora bien,
el proceso descrito tropieza con una contradicción fundamental: la forma de
“vida moderna” que se quiere hacer prevalecer colisiona de manera creciente con
la disponibilidad de recursos naturales y la degradación y afectación
medioambiental que lleva aparejadas se vuelven incompatibles con la permanencia
de la civilización y amenaza incluso las bases de subsistencia de la vida en el
planeta.
El notable
físico e historiador de la ciencia John D. Bernal, subrayó en su momento la
trascendencia particular, para la historia de la ciencia y la tecnología, del
período comprendido entre 1760 y 1830 (que incluye la revolución industrial en
Inglaterra y las revoluciones políticas en Norteamérica y Francia).
Sobre él
apuntó con acierto el estudioso británico que “fue entonces, y solamente
entonces, cuando se dio el giro decisivo en el dominio del hombre sobre la
naturaleza (…) las dos transformaciones básicas de los siglos XVI y XVII que
hicieron posibles las del XIX fueron el nacimiento de la ciencia experimental
cuantitativa y de los métodos de producción capitalistas.”
El conflicto
actual está dado porque el régimen económico y social capitalista, que por
varios siglos impulsó el florecimiento de la ciencia moderna, en la actualidad
utiliza el conocimiento y la tecnología con propósitos ciegamente lucrativos,
que llevan aparejados un grave deterioro ambiental y agotamiento de recursos no
renovables, lo que pone en riesgo la supervivencia de la especie humana.
Como un
corolario de lo anterior, es alarmante el uso del conocimiento y la tecnología
avanzada para fines militares agresivos: dispositivos para multiplicar
capacidades humanas y obtener “supersoldados”, “superbombas” capaces de
pulverizar fortificaciones otrora virtualmente inexpugnables y, en general,
mecanismos cada vez más perfeccionados para inducir destrucción y muerte.
De manera
paradójica, el alcance del conocimiento científico contemporáneo es de tal
naturaleza, que evidencia y fundamenta la necesidad de detener la
mercantilización y deshumanización que prevalece en los actuales modelos de
producción y consumo y de sustituirlos por un sistema socio-productivo que haga
posible alcanzar la máxima compatibilidad ambiental y poner el acento en el
desarrollo humano.
Para la
ciencia del presente y, en mayor medida, para la del futuro se hace ineludible
ofrecer un enfoque integral y transdisciplinario de los principales problemas
de la Naturaleza
y la Sociedad ,
así como hace buena su capacidad predictiva mediante la contribución a una
visión prospectiva y a la formulación de alternativas plausibles para un nuevo
tipo de desarrollo sobre bases sostenibles.
Desde la
segunda mitad del siglo pasado no han tenido lugar en el terreno de la ciencia
saltos comparables a los observados en momentos anteriores. A lo largo de ese
periodo la tecnología, en cambio, ha acelerado sus innovaciones y reducido
sistemáticamente los plazos transcurridos entre los nuevos desarrollos y su
utilización masiva. Cabe entonces preguntarse: ¿estaremos a las puertas de una
nueva revolución transformativa en la ciencia?
Eminentes
colectivos científicos responden de manera afirmativa a esa interrogante y
avizoran la eclosión de una necesaria “tercera revolución científica” hacia
mediados del presente siglo. Entre ellos se encuentra el importante grupo
especial creado hace poco por la
Academia de Ciencias China para elaborar una proyección de la
ciencia hasta el año 2050.
Los rasgos
detallados de una proyección como esa son susceptibles de mayor o menor disenso
entre los estudiosos, pero lo que sí se puede considerar fuera de discusión es
que el logro principal que deberá aportar la próxima revolución científica ha
de ser su contribución decisiva a la sostenibilidad ambiental, económica y
social y el reajuste del modelo de desarrollo seguido hasta el presente.
Sin otra
pretensión que brindar un atisbo de los saltos cualitativos que se avizoran,
cabría mencionar la profundización esperada en la comprensión de los mecanismos
de aprovechamiento de la energía solar y el perfeccionamiento de los
dispositivos para su aprovechamiento energético directo, la explotación de
recursos a grandes profundidades subterráneas y en las plataformas oceánicas.
De igual
modo se ampliará y profundizará la comprensión de los mecanismos de interacción
entre los nutrientes, el suelo, el agua, la luz, la temperatura y las plantas,
todo lo cual habrá de repercutir en el orden práctico en el sostén alimentario
de la población mundial y en una respuesta efectiva a las consecuencias del
cambio climático.
A partir de
una visión dialéctica de su historia, es consecuente asumir como válidos los
razonamientos de quienes pronostican esa nueva revolución en la ciencia. Se
encontraría en ellos, de manera no fortuita, una nítida respuesta a la
aspiración expresada por el compañero Fidel en una de sus más alentadoras
reflexiones: “El ser humano necesita aferrarse a una esperanza, buscar en la
propia ciencia una oportunidad de supervivencia, y es justo buscarla y
ofrecérsela”.
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